Los prismáticos me empiezan a pesar, así que me cuelgo la correa del cuello. Hace mucho frío y me tiembla el pulso. La tundra helada se extiende hasta el infinito.
El silencio también es infinito.
A ratos oigo el viento rozar las copas de los árboles. A ratos a alguno de mis hombres toser.
Los ojos grises, azules, verdes, castaños...fijos en el horizonte.
Me apoyo en el borde de la escotilla, gélida.
Los muchachos son de fiar. Me recuerdan a mis críos antes de que huyeran del viejo continente. Cuando los conocí hacía 4 años en München apenas eran unos malcriados incapaces de atarse los cordones de las botas.
Los que aún me quedaban no sólo eran de fiar sino que eran los mejores de la división, por mucho que dijeran de la “Gross”.
Estaban callados, sin mediar palabra, esperando órdenes, aguardando a un cambio en la rutina.
Mi reloj de bolsillo marca las 5.25, queda poco para el amanecer. Era el momento.
Di dos taconazos en el peldaño y la máquina empezó a ronronear.
Chasquidos de seguros, los otros vehículos arrancando. Los motores Maybach roncaban en mitad de la noche, haciendo huir a los petirrojos de la arboleda cercana.
Los miré volar asustados. Eran el símbolo del regimiento.
El reloj sigue abierto sobre mis guantes. Miro sus ojos. En cuanto escuchó que me llamaban a filas de nuevo, huyó de Alemania.
Era comprensible, en cambio, ella no quiso comprender que era mi deber quedarme.
Cualquier siniestro personaje de las “Schutz” podría haberme sustituido y haber contribuido al empobrecimiento de sus cabezas, más aún de lo que había hecho el gobierno... ¡quemar libros en las calles de Berlín, expulsar (creo)de nuestro país a nuestros mejores técnicos intelectuales y economistas! Por no hablar de las persecuciones y los guetos, inconcebible...
Si lo pensaba fríamente y pensaba más en mí, habría hecho mejor en haberme ido, haber desertado. Mientras, mis viejos amigos aceptaban alegremente trabajar en la Luftwaffe o en la Kriegsmarine para cuidar de los muchachos que marchaban a intentar restaurar el orgullo nacional, ante las arrogantes miradas de americanos, ingleses y franceses que se burlaron durante más de 20 años de nuestra miseria.
Yo al contrario que ellos, no entendía ni entiendo de orgullo patrio, pero sí del propio. No podía rehuir mis responsabilidades.
Tengo 58 años, no pueden quedarme muchos. Mejor aquí en el frente que en medio de las locuras que seguramente ocurren en la patria.
Miro el mapa sobre el casco del carro, aunque está más que estudiado. Las bocas de los cañones rusos que asoman al oeste de unos edificios derruidos están donde apunté que estaban las otras jornadas de observación.
Reconocimiento decía que no había movimiento y que estaban muy tranquilos pensando que no habíamos rodeado su línea defensiva(línea que no había habido que cruzar).
La guerra estaba ya más que decantada, y si los mandos hubieran sido otros, estaba seguro de que hubieran rendido el ejército al llegar a Stalingrad, para al menos intentar mantener la cabeza alta antes de ver Alemania invadida por comunistas incivilizados o norteamericanos sin modales y decencia.
Jamás confesé mis pensamientos ante un superior... la falta de optimismo era castigada por las "Schutz" hasta entre los más veteranos. De esa gente había que salvaguardar a nuestros jóvenes.
-Oberst, estamos listos. En unos minutos abriremos una brecha en sus posiciones, los Panther de la segunda compañía saldrán enseguida.
Miré al teniente y asentí. Otro taconazo y mi Tiger arrancó en dirección Nornordeste.
Con un poco de suerte ese día haríamos un buen trabajo y volveríamos a Alemania a tiempo de no tragarnos el inminente avance del ejército rojo.
En ese supuesto, una deserción dejaría de parecerme tan descabellada, aunque sin duda era bastante más arriesgada que hacía 7 años.
Cerré el reloj y al guardarlo en mi gabardina toqué algo metálico que no era mi Luger.
Saqué la mano y eché un largo trago de mi petaca.
Me ha gustado la verdad....No diré mas
ReplyDeleteQuién eres, misterioso hamijo/a?
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