Sí...
Y lo hacían también la sombra, la desgracia, la tristeza, el dolor, la frustración, el odio, los celos, la impotencia, la furia.
Hacia mí se dirigía la muerte y me susurraba que yo me equivocaba de camino y debía tomar otra senda diferente.
Me envolvía la locura y me decía al oído que yo no debía ser feliz, que únicamente puedo ser una bestia efectiva y despiadada, no un ser con emociones. Que sólo tengo derecho a cumplir con mi misión y luego desaparecer y ser olvidado, perdido por el mundo sin lugar alguno al que huir a refugiarme, destruido, sin propósito alguno, sin ideas en la mente.
Me pedía que apretara el gatillo, que no dudara.
Y yo me retorcía por el suelo mientras mil voces me hablaban sin aclararse entre ellas. Tiré lejos de mi la pistola.
Tenía la sensación de ser una roca en mitad de un río helado y de colores chillones. Todo se movía a mi alrededor y yo seguía en pie en el mismo lugar de siempre.
Siempre.
Siempre.
Siempre llego tarde a todas partes. Da igual qué plan, qué previsión, cuan pronto salga, siempre llego tarde. Todo está empezado, y todo se va lejos y nunca estoy cuando acaba, nunca.
Nunca.
Nunca.
Nunca sabré lo que saben los demás.
La sangre caía por mis mejillas. De quién era...no lo sé. Me escocían los nudillos. Me ardía la cabeza. Me pitaban los oídos. A duras penas podía reincorporarme. Todo daba vueltas y yo seguía en el centro observando y sin poder hacer nada.
MÁTALE.
MÁTALE.
La voz en mi cabeza cada vez era más imperiosa. No podía no escucharla.
Busqué mi arma desesperado entre trozos de vidrio, hojas arrancadas y ropa desgarrada. Apenas podía manipularla, estaba empapada en sangre y cubierta de esquirlas de los cristales rotos.
"Yo me quedo donde estoy. Esto es el fin."
Salí al pasillo tambaleándome, no alcazaba a verlo, pero sabía que estaba ahí mirándome.
MÁTALE.
Cerré los ojos, sentí mi sangre tibia deslizarse por el gatillo oscuro y helado. Alcé mi brazo derecho con un pulso desconocido para mi cuerpo. Me relajé. Pude escuchar como la bala ascendía desde el cartucho a la recámara y como con un chasquido el percutor se ponía en posición de disparo. Nunca había colocado el seguro.
Mi índice apenas se deslizó un poco, escribiendo una firma de victoria en el firmamento.
La sacudida recorrió mi cuerpo entero, desde la mano derecha hasta mi cabeza y los pies...
Un leve halo blanquecino salía del cañón cuando mi brazo descendió.
Y su cuerpo rodó al suelo sin vida.
La muerte esbozó una sonrisa...esa sonrisa se dibujó en mi cara al mismo tiempo.
Guardé la pistola.
Leyéndolo mientras escucho The End...demasiado apocalíptico.
ReplyDeleteEso pretendía...
ReplyDelete