Sunday 30 October 2011

Ve con cuidado cuando dobles las esquinas.

Justo cuando hago las cosas por las buenas es cuando más peligro tengo.



Saturday 15 October 2011

My sad cute kitty.

Sin preguntar y mediar palabra, aquel día en que te encontré, pude sentir como me anegaba la tristeza.
Te vi tirada en la calle maleta en mano, con la ropa hecha jirones, herida, sentada en la acera, ida y con la mirada perdida, empañada por las lágrimas. Tu cabellera rubia, brillante y eterna, caía desordenada y enredada. Tus labios blanquecinos y cortados estaban muy lejos de su bella sonrisa habitual. Y aquellas manitas pálidas y delicadas, ahora llenas de suciedad y sangre, eran el blanco de tu iris inmóvil...
Me senté a tu lado. Preferí no hablar para no molestarte, y esperé a que te percataras de mi presencia. No fue así y tus heridas seguían sangrando.
Te cogí la mano. Fue entonces cuando te giraste y el vacío desconsolador que había en tus ojos me golpeó de lleno. A duras penas sí me reconociste, pero no dijiste absolutamente nada.
De normal eras hermosa y radiante, hoy sólo triste, un agujero negro de energía vital. Aclaré la garganta.
- Estoy aquí, sé que es vano consuelo, pero déjame al menos que te lleve a mi casa.

Seguiste mirándome inmutable, pero apretaste casi imperceptiblemente mi mano con la tuya.
Entendí que aquello era un sí, así que te cogí en brazos y anduve calladamente el camino a casa, con tu cabeza sobre la mía.

Te quité esa ropa rasgada, te curé las heridas y vendé las rozaduras. Lavé tus manos trémulas, sequé tus lágrimas y en vano intenté que aceptaras un café y unas galletas.
Tampoco un sedante, ni un antiinflamatorio, nada.
Entonces te ayudé a ponerte tu vestido blanco y te subí a la vieja cama de matrimonio de mis padres. Eras una cosa tan pequeña en mitad de la cama... volvía a llover.
Me quité las zapatillas y me metí a tu lado. Te abracé y apoyé tu cuerpo sobre mi pecho.
Cuando pasadas unas horas apoyaste tu cabeza sobre mi, dejaste de sollozar, te relajaste y finalmente cerraste los ojos, pude alegrarme brevemente, para luego empezar a batallar con la cascada de pensamientos que me empezaba a hundir en mi abismo personal.

Así pasaron varios días, y yo vencí mi propio dolor para cargar con un poco del tuyo. Después de haberte visto en aquel estado, lo demás había pasado a un segundo plano, dormir por velarte y acunarte, estudiar por atender tus heridas, comer por intentar obligarte a comer, salir por quedarme a tu lado mientras estabas sentada, abrazada a tus rodillas en un rincón de mi cuarto...
Al décimo día a medianoche tocaste a la puerta del despacho y entraste andando lentamente.
Tu mirada era triste, pero no estaba perdida en el infinito ni era húmeda. Te habías peinado, perfumado y vestido adecuadamente. Ya no temblequeabas, y tus labios estaban en su lugar, aunque no hubiera sonrisa alguna...
Te acercaste más, me levanté y me abrazaste.
- Gracias, Javi...- susurraste en mi oído.
Sonreí y te dejé marchar tras besarte. No quise saber dónde irías ni qué harías. Ya me lo dirías algún día, al fin y al cabo antes de irte dejaste tu número y dirección en la puerta de mi nevera.
Suspiré, ahora sí podría intentar estudiar bioquímica un poco antes de acostarme.

Wednesday 12 October 2011

No soy un asesino

Los prismáticos me empiezan a pesar, así que me cuelgo la correa del cuello. Hace mucho frío y me tiembla el pulso. La tundra helada se extiende hasta el infinito.

El silencio también es infinito.
A ratos oigo el viento rozar las copas de los árboles. A ratos a alguno de mis hombres toser.
Los ojos grises, azules, verdes, castaños...fijos en el horizonte.
Me apoyo en el borde de la escotilla, gélida.
Los muchachos son de fiar. Me recuerdan a mis críos antes de que huyeran del viejo continente. Cuando los conocí hacía 4 años en München apenas eran unos malcriados incapaces de atarse los cordones de las botas.

Los que aún me quedaban no sólo eran de fiar sino que eran los mejores de la división, por mucho que dijeran de la “Gross”.
Estaban callados, sin mediar palabra, esperando órdenes, aguardando a un cambio en la rutina.
Mi reloj de bolsillo marca las 5.25, queda poco para el amanecer. Era el momento.
Di dos taconazos en el peldaño y la máquina empezó a ronronear.
Chasquidos de seguros, los otros vehículos arrancando. Los motores Maybach roncaban en mitad de la noche, haciendo huir a los petirrojos de la arboleda cercana.
Los miré volar asustados. Eran el símbolo del regimiento.
El reloj sigue abierto sobre mis guantes. Miro sus ojos. En cuanto escuchó que me llamaban a filas de nuevo, huyó de Alemania.

Era comprensible, en cambio, ella no quiso comprender que era mi deber quedarme.
Cualquier siniestro personaje de las “Schutz” podría haberme sustituido y haber contribuido al empobrecimiento de sus cabezas, más aún de lo que había hecho el gobierno... ¡quemar libros en las calles de Berlín, expulsar (creo)de nuestro país a nuestros mejores técnicos intelectuales y economistas! Por no hablar de las persecuciones y los guetos, inconcebible...

Si lo pensaba fríamente y pensaba más en mí, habría hecho mejor en haberme ido, haber desertado. Mientras, mis viejos amigos aceptaban alegremente trabajar en la Luftwaffe o en la Kriegsmarine para cuidar de los muchachos que marchaban a intentar restaurar el orgullo nacional, ante las arrogantes miradas de americanos, ingleses y franceses que se burlaron durante más de 20 años de nuestra miseria.
Yo al contrario que ellos, no entendía ni entiendo de orgullo patrio, pero sí del propio. No podía rehuir mis responsabilidades.
Tengo 58 años, no pueden quedarme muchos. Mejor aquí en el frente que en medio de las locuras que seguramente ocurren en la patria.
Miro el mapa sobre el casco del carro, aunque está más que estudiado. Las bocas de los cañones rusos que asoman al oeste de unos edificios derruidos están donde apunté que estaban las otras jornadas de observación.

Reconocimiento decía que no había movimiento y que estaban muy tranquilos pensando que no habíamos rodeado su línea defensiva(línea que no había habido que cruzar).
La guerra estaba ya más que decantada, y si los mandos hubieran sido otros, estaba seguro de que hubieran rendido el ejército al llegar a Stalingrad, para al menos intentar mantener la cabeza alta antes de ver Alemania invadida por comunistas incivilizados o norteamericanos sin modales y decencia.
Jamás confesé mis pensamientos ante un superior... la falta de optimismo era castigada por las "Schutz" hasta entre los más veteranos. De esa gente había que salvaguardar a nuestros jóvenes.
-Oberst, estamos listos. En unos minutos abriremos una brecha en sus posiciones, los Panther de la segunda compañía saldrán enseguida.
Miré al teniente y asentí. Otro taconazo y mi Tiger arrancó en dirección Nornordeste.
Con un poco de suerte ese día haríamos un buen trabajo y volveríamos a Alemania a tiempo de no tragarnos el inminente avance del ejército rojo.
En ese supuesto, una deserción dejaría de parecerme tan descabellada, aunque sin duda era bastante más arriesgada que hacía 7 años.
Cerré el reloj y al guardarlo en mi gabardina toqué algo metálico que no era mi Luger.
Saqué la mano y eché un largo trago de mi petaca.